¿Os imagináis un médico que termina sus estudios, se saca su plaza como doctor y desde ese momento decide que dejará de estudiar? Sería algo impensable.
Todo el mundo sabe que los médicos están estudiando, aprendiendo nuevas técnicas, acudiendo a congresos, formación y renovándose constantemente. Por alguna extraña razón, muchos escritores creen que el oficio de escribir no necesita ni aprender, ni mejorar, ni formarse ni crecer.
Hace ya unos años, en el instituto, con unos quince años gané mi primer certamen de poesía del centro donde estudiaba. La profesora de literatura, que después me enseñaría también lengua y griego, Elisa Sagarmínaga me dio muchos consejos: el
primero y más urgente: que dejase de escribir como en el siglo XIX. Así es como inicié la «muerte» de Bécquer y la poesía romántica en mis versos. Después, ella misma me enseñó lo importante que era que mis poemas hicieran el mismo recorrido que la historia de la poesía y pasase por las vanguardias: futurismo, dadaísmo, surrealismo… mis poemas deberían pasar por ese filtro para llegar a ser una verdadera poesía contemporánea. El año 1991, cuando ya estaba en la Universidad, me autopubliqué «Anónimo», un poemario que recogía poemas míos escritos desde los 14 a los 19 años. En ese libro tan propio del poeta que aprende, se aprecia esas ganas de crecer. No entiendo a personas que escriben como si nada importara, como si cualquier ocurrencia poética que pase por su cabeza se creen que es poesía. Y no, todo no es poesía. Ni todo es literatura.
Un libro es el resultado de mucho tiempo, trabajo, avances. Para mí es como acudir a una gran competición siendo atleta, por ejemplo, a unos Juegos Olímpicos. Nuestra actuación tiene que ser impecable. No se puede improvisar o hacer mal el
calentamiento, estiramiento, nuestra estrategia en la competición. Para mí, el poeta debería ser un buen atleta de fondo, capaz de resistir, de aprender, escuchar, disfrutar, avanzar y llegar lejos y batir sus marcas constantemente. Tampoco es
mala idea que sea un atleta curioso: que pruebe qué se siente al lanzar una jabalina, saltar unas vallas, superar el listón en altura o probar el triple salto, los cien metros lisos o la maratón. Aunque nuestro género sea uno: la poesía, el relato, la novela… sería bueno que sepamos defendernos bien en otros ámbitos. Siempre vamos a aprender algo nuevo que no sabíamos, que no habíamos experimentado.
No quiero abundar mucho más en este tema. Crecer siempre es bueno y quedarse quieto es una muy mala idea. Ningún cocinero aspira a hacer lo mismo que hacía o sabía en una escuela de cocina. Los autores literarios deben tener hambre de cambio, de sorpresas, de vida. Si nos quedamos quietos, nos quedamos muertos.
La Ovejita cuenta con Talleres Virtuales de Crecimiento Literario individualizados y personalizados para aquellos escritores que descubren que hay otros mundos y desean subirse a nuestra nave espacial. Escribid a juannavidad@gmail.com ,
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